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La eficiencia pública en épocas de vacas flacas: ¿el tamaño importa?

Nos alejamos del plano local para alcanzar un enfoque nacional, porque tenemos algunas cosas para decir en días de crisis y en un contexto de ajuste. Vamos a hablar un poquito de economía y cómo la capacidad estatal de mejorar de modo continuo es una aliada para cualquier gobierno comprometido con el superávit fiscal.

Verdades económicas

Una economía con déficit fiscal crónico refleja, en gran medida, la consecuencia monetaria de décadas de desajustes en las que el Estado se financia no solo con impuestos, sino también con emisión y deuda. De este modo, el Estado enmascara en el corto plazo su ineficiencia. 

El déficit fiscal no es malo en sí mismo ya que la clave está en el tiempo. En toda organización hay períodos donde los egresos superan a los ingresos. Sucede hasta en las empresas más exitosas, en la que los dueños deciden gastar o endeudarse aún con ingresos por debajo de ese nivel. La clave está en la proyección del resultado, en mirar la serie completa y favorecer el equilibrio fiscal, y no tomar un período particular. Ahora bien, el Estado argentino, luego de trece años consecutivos de déficit, necesita alcanzar el superávit fiscal mínimo y necesario para afrontar los enormes compromisos de deuda que tenemos por delante. Así como aseguramos que el déficit no es malo en sí mismo, creemos que es deseable generar un consenso sobre la urgencia de sostener un Estado superavitario durante los próximos años.

Se suele decir que el problema principal para la obtención del superávit radica en el “tamaño” del Estado. De esta forma, se supone que mientras “más pequeño sea” mejores condiciones tendremos para progresar. Lo que muchas veces pierde de vista esta perspectiva es que “achicar” el estado sin un cálculo realista de la relación entre resultados y recursos puede a la larga generar un mayor perjuicio de las cuentas públicas. (Un ejemplo sencillo y real de esto: un municipio quiere recortar sueldos de monotributistas y para eso despide al personal que realiza el mantenimiento preventivo. Los equipos y edificios se rompen más seguido y el municipio termina gastando más dinero en sus reparaciones)

Para esta fundación, que cree que el superavit debe ser un consenso general de la clase política, la clave no está en el tamaño del estado sino en la medición y mejora continua de su eficiencia. Lo importante no es el tamaño, sino cómo lo usás. 

Más capacidades para mayor sostenibilidad

La eficiencia pública refiere a la relación entre los recursos disponibles en el Estado y los resultados obtenidos. Si consideramos poco eficiente al Estado actual, podemos decir que con los mismos recursos se podrían mantener mejor las rutas, agilizar trámites, mejorar la calidad educativa, el desarrollo científico, etc…. Pero también quiere decir que el Estado podría cobrar mejor las deudas, gastar menos en cada área de gobierno, y un sinfín de acciones que le permitan gastar menos y recaudar más: que favorezcan el camino al superávit.

¿Cómo lograr, entonces, mejorar los resultados del Estado con menos recursos? 

Esta pregunta es clave, porque nos saca de la fiaca mental de preguntarnos por “el tamaño que debe tener el Estado” o por la idea mágica de que “el Estado tiene que desaparecer”. Nada de eso. Estamos convencidos que la principal vía para lograr un Estado mejor es garantizar que las dependencias públicas cuenten con capacidades para mejorar de manera continua. Y que, para lograrlo, aumentar las competencias de gestión de las primeras líneas de mando es prioritario. 

Las dependencias públicas deben ser gestionadas por personas que puedan medir los resultados prioritarios a los que apuntan y la cantidad de recursos que utilizan para alcanzarlo. Que sepan medir resultados, recursos y conducir equipos para mejorar de modo continuo esa relación. Si queremos lograr esto es necesario un consenso generalizado en la clase política sobre que la eficiencia es un valor en sí mismo y que necesitamos que nuestro país forme a una clase dirigente orientada a resultados. 

Podremos algún día aprobar una ley pero el cambio de chip no se puede decretar, hay que hacerlo. Y para hacerlo hay que tener cariño por el Estado, creer en sus bondades y trabajar de manera incansable para mejorarlo.

Queremos decir, finalmente, que el gap entre los resultados actuales y los resultados potenciales de un Estado argentino más eficiente es lo suficientemente amplio como para arremangarnos y ponernos a trabajar en semejante empresa. Incluso para un gobierno de enfoque predominantemente fiscalista como el actual: si tu norte es el superávit, conviene aumentar las competencias de gestión de quienes dirigen los organismos públicos y no disminuir las capacidades estatales. 

La crisis fiscal nos obliga a dejar de lado la eterna y estéril discusión sobre el tamaño del Estado para enfocarnos, por fin, en su calidad. Se puede tener un Estado más pequeño pero igual de ineficiente, o se puede aspirar a uno distinto: ágil, transparente y eficiente.

Esperar que la ineficiencia se resuelva con más dinero es un error del pasado. La oportunidad, aunque dolorosa, está en aprovechar la restricción como el impulso definitivo para construir el Estado que esta gran nación supo conseguir.

De Manuel Martínez Santacroce y Vicente León Candellero
Fundadores del Centro de Iniciativa Urbana

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